Hace muchos años conocí a un chico en un campamento de verano. Cada tarde, daba igual lo que estuviera haciendo, paraba y se iba a ver el sol caer. Siempre y sin excepción. Un día le pregunté, si de verdad veía atardecer cada día y me respondió: “Marta, es un regalo que tenemos día tras día, ¿por qué no lo voy a disfrutar?”.

¡Y qué razón tenía!

Imagen

Imagen

Imagen

Imagen

Imagen

Imagen

Imagen