Por fin hemos podido visitar la turística Estambul, aquella ciudad que todos tenemos en mente con sus mezquitas, sus bazares, el bullicio de gente, los palacios… Pero también la ciudad de los agobios, el calor agobiante, los turistas, las colas, el caos, las estafas…

Ha sido un no parar turístico.

Comenzamos con el mercado de las especias. Todos los vendedores nos empezaron a acosar ofreciéndonos todo tipo de especias y tés. El mercado era precioso, lleno de colores, de olores… Eso sí, estaba abarrotado.

El gran bazar ha perdido todo su encanto. Está lleno de baratijas y cosas importadas que podrías encontrar en cualquier mercadito. Eso sí, hay objetos de todo tipo, todo lleno de ojos turcos; un amuleto que protege contra el mal de ojos. Las ventas eran regateadas, pero no había nada espectacular, se vendía todo por todos los puestos, nada especial.

A destacar las cisternas de Yerebatan. Eran asombrosas. Llenas de columnas y con un aire místico encantador. Aunque, llenas de gente, como todo.

Evidentemente también visitamos Santa Sofía y la Mezquita Azul. La primera está restaurándose (como siempre, debido a sus grandes dimensiones) y la segunda nos gustó mucho. Sigue usándose para la liturgia con lo cual está mucho mejor restaurada.

Al día siguiente fuimos al palacio de Topkapi y al harén. Sólo lo primero valía la pena, aunque hay que pagar la entrada para ambos (20euros). Dejaba bastante que desear todo.

Eso sí, quedamos asombrados de la cantidad de mujeres en burka. El contraste es impactante con los turistas atrevidos que combaten el calor con pantalón cortos y tirantes y estos “fantasmas” negros que andan al lado de su hombre. Encoge el corazón el pensar que han perdido toda su identidad, que no tienen libertad, están sometidas…

Acabamos el día subiendo a la torre Galata y viendo la ciudad como a mí más me gusta; desde las alturas. Aéreamente Estambul es una maravilla.