Como decíamos ayer, el comercio de la sal favoreció la prosperidad de Múnich que en tan sólo 20 años se le otorgó el estatus de ciudad (1175) y se construyó su primera muralla.
En 1180 el duque Enrique se negó a prestar ayuda para las guerras en el extranjero del emperador Federico Barbarroja. Éste se tomó la negativa bastante mal y amenazó con arrasar la ciudad. Afortunadamente se impidió tal cosa (entre otros por presiones del Obispo de Freising ya que con la multa recaudaba más beneficios que con el anterior monopolio) y la ciudad se salvó de un desastre.
Eso sí el duque Enrique tuvo que dejar de gobernar Baviera y se confió la autoridad a la familia Wittelsbach concretamente en Otto I, que reinaría durante 7 siglos.